Cuando en clase de Economía explicamos por primera vez el concepto y el funcionamiento de un monopolio, es lógico que pongamos ejemplos de sobra conocidos por nuestros estudiantes. Tal es el caso de RENFE, aún en muchos corredores único operador ferroviario en España, o las empresas públicas de suministros, como EMASA, que suministra el agua en Málaga. Lejos quedan ya algunos monopolios como el de Telefónica o el de Iberia, que pasaron a mejor vida hace años.

Como sabemos, los monopolios existen puesto que hay barreras de entrada que los protegen de potenciales entrantes en el mercado. Los ejemplos que mencionábamos, y los que se nos ocurran, responden a distintos tipos de barreras de entrada: economías de escala, superioridad tecnológica, externalidades de red, barreras creadas por el gobierno (es decir, la protección que otorgan las patentes y los derechos de autor) y control de recursos o factores productivos escasos.

Un ejemplo claro de esta última barrera de entrada es el monopolio en el mercado de los diamantes. Aunque lo normal es que nuestros alumnos no estén muy familiarizados con este ejemplo, es común encontrarlo en los libros de texto. Por ejemplo, el manual de Krugman menciona al monopolista De Beers a lo largo de todo el capítulo dedicado al monopolio.

La historia de este mercado es verdaderamente apasionante y sirve perfectamente para ilustrar cómo funcionan los monopolios, cómo toma un monopolista sus decisiones y por qué es difícil mantener su supervivencia a largo plazo. Sobre el tema se han escrito numerosos artículos y libros y seguro que también recuerdan alguna película. La serie en podcast Diamond Wars explica en 7 capítulos 150 años de historia del mercado de los diamantes.

El nacimiento de una industria

El relato sobre este mercado contiene historias de espionaje, contrabando, guerras y sangre, enfrentamientos diplomáticos y avances científicos. Se remonta a la segunda mitad del siglo XIX, cuando, de forma similar a lo que estaba ocurriendo en California con los descubrimientos de yacimientos de oro, se produjo en la Colonia del Cabo, antigua colonia británica en la actual Sudáfrica, una auténtica “fiebre de los diamantes”.

De aquella época destaca la rivalidad por el control del negocio de la minería de diamantes entre los ingleses Barney Barnato y Cecil Rhodes. Este último, magnate y político que más tarde fue primer ministro de la colonia, fundó en 1888 la compañía minera De Beers. Rhodes buscaba consolidar la oferta de diamantes, de forma que su control sobre las minas le garantizara unos mayores beneficios. En poco tiempo logró hacerse con el 90 % de la producción.

La formación del cártel

Al contar con una barrera como el control de recursos, De Beers podía comportarse como cualquier monopolista. Es decir, limitando la oferta de diamantes para mantener los precios elevados y, por tanto, obtener mayores beneficios (que, en el caso de Rhodes, financiaron sus ambiciones coloniales). El reto consistía entonces en seguir manteniendo el control de la industria.

El sindicato de diamantes era el cártel de fijación de precios fundado por Rhodes. Desde su sede en Londres, controlaba el flujo de diamantes que salían de las minas y llegaban al mercado. El sindicato informaba a las compañías mineras, incluida De Beers, de cuántas gemas podían producir y compraba toda su producción a un precio previamente acordado. A cambio de una venta garantizada a buen precio, las minas solo vendían al sindicato, que después vendía esos diamantes en bruto a un grupo selecto de mayoristas a un precio fijado. Los mayoristas sabían que nunca serían infravalorados y los comerciantes de diamantes no tenían más remedio que comprarles las gemas.

Sin embargo, para que el cártel funcionase y el acuerdo de precios se mantuviera, el sindicato necesitaba controlar la oferta. Por ello, a lo largo del siglo XX, De Beers debió negociar para incorporar al cártel a los nuevos productores. Este fue el caso de las minas de Namibia, el Congo y Angola, colonias bajo dominio alemán, belga y portugués, respectivamente, y, ya en la década de 1960, las de la URSS recién descubiertas en Siberia. La negociación con los rusos, como podemos imaginar, no fue especialmente fácil, dado que confluían intereses políticos opuestos.

La inestabilidad del cártel

Como muestra la teoría económica, los cárteles son inestables. Los miembros de un cártel tienen incentivos a incumplir los acuerdos, aumentando su producción para obtener mayores beneficios. Esto es así porque el efecto cantidad que experimenta la empresa que viola el acuerdo es mayor que el efecto precio al que se enfrenta. Es decir, el incremento de ingresos que generan las unidades adicionales que vende (efecto cantidad), es mayor a la disminución de ingresos que provoca el hecho de que el precio al que puede vender sus productos sea menor (efecto precio, de signo negativo, consecuencia del incremento de la oferta).

En el ejemplo que nos ocupa, a principios de la década de 1980, la antigua Zaire decide abandonar el cártel. El monopolista consigue su vuelta inundando el mercado de diamantes similares a los de este país, que hizo que sus precios y beneficios se desplomaran. Sabemos que, si todos incumplen los acuerdos, todos salen perdiendo; este hecho permitió en este caso la vuelta al acuerdo inicial.

Algo similar ocurrió con las minas Argyle, en el norte de Australia Occidental. La empresa extraía diamantes de menor valor que eran tallados en la India para producir joyas más baratas destinadas a un segmento del mercado estadounidense de menor poder adquisitivo. Sus negociaciones con el monopolista no llegaron a buen puerto y este se afanó entonces en acabar con esta variedad de diamantes y con su rival. No obstante, debió abandonar la batalla cuando los frentes abiertos en la industria se multiplicaron.

Pero esto lo veremos en la segunda parte de esta entrada.